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jueves, 27 de marzo de 2025

Ricitos de oro.

 




Ricitos de oro.

 

Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque. Papá Oso era muy grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito era pequeño.

 

Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta. Al no encontrar respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.

 

En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una mediana y una pequeña. Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía deliciosa. Primero, probó la avena de la taza grande, pero la avena estaba muy fría y no le gustó. Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena estaba muy caliente y tampoco le gustó. Por último, probó la avena de la taza pequeña y esta vez la avena no estaba ni fría ni caliente, ¡estaba perfecta! La avena estaba tan deliciosa que se la comió toda sin dejar ni un poquito.

 

Después de comer el desayuno de los osos, Ricitos de Oro fue a la sala. En la sala había tres sillas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se sentó en la silla grande, pero la silla era muy alta y no le gustó. Luego, se sentó en la silla mediana, pero la silla era muy ancha y tampoco le gustó. Fue entonces que encontró la silla pequeña y se sentó en ella, pero la silla era frágil y se rompió bajo su peso.

 

Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del pasillo había un cuarto con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se subió a la cama grande, pero estaba demasiado dura y no le gustó. Después, se subió a la cama mediana, pero estaba demasiado blanda y tampoco le gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni demasiado dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de Oro se quedó profundamente dormida.

 

Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá Oso notó inmediatamente que la puerta se encontraba abierta:

 

—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y probó mi avena —dijo Papá Oso con una gran voz de enfado.

 

—Alguien se ha sentado en mi silla y probó mi avena —dijo Mamá Osa con una voz medio enojada.

 

Entonces, dijo Osito con su pequeña voz:

 

—Alguien se comió toda mi avena y rompió mi silla.

 

Los tres osos subieron la escalera. Al entrar en la habitación, Papá Oso dijo:

 

—¡Alguien se ha acostado en mi cama!

 

Y Mamá Osa exclamó:

 

—¡Alguien se ha acostado en mi cama también!

 

Y Osito dijo:

 

—¡Alguien está durmiendo en mi cama! —y se puso a llorar desconsoladamente.

 

El llanto de Osito despertó a Ricitos de Oro, que muy asustada saltó de la cama y corrió escaleras abajo hasta llegar al bosque para jamás regresar a la casa de los osos.

Fin.



miércoles, 19 de marzo de 2025

El escarabajo de oro.

 








Nota: Por problemas de edición, puedes continuar leyendo este cuento, si visitas: www.ciudadseva.com 

lunes, 17 de marzo de 2025

Juan y las habichuelas magicas.

 


  


Juan vivía con su madre en una pequeña cabaña del bosque. Poco después de que su padre muriera y su madre quedara viuda, la situación de la familia empeoró tanto que la madre tuvo que pedirle a Juan que fuera a la ciudad para intentar vender su única posesión valiosa: una vaca. El niño tomó la vaca y se dirigió a la ciudad. En el camino encontró a un hombre que le preguntó:

– ¿Adónde vas con esa vaca? ¿Quieres venderla?

Juan le explicó que se dirigía a la ciudad para vender la vaca porque él y su madre necesitaban el dinero. El hombre le dijo que no podía pagarle el precio de la vaca pero que podía darle unas habichuelas a cambio. Le explicó que se trataba de unas habichuelas mágicas que podían darle mucho más beneficios que el dinero que conseguiría por la vaca. Sin pensarlo dos veces, Juan aceptó el cambio y volvió a casa muy contento con su bolsa de habichuelas. Cuando llegó, le mostró a su madre la bolsa y esta, con gran disgusto y desesperación, rompió en llanto. Contrariada, la madre tomó las habichuelas y las arrojó a la tierra diciéndole al niño:

– Estamos perdidos, nuestro único tesoro era la vaca y ahora ni siquiera podemos contar con ella.

Al día siguiente, cuando Juan se levantó y abrió la ventana de su habitación, vio que las habichuelas habían crecido tanto que sus ramas se perdían de vista. Sin pensarlo dos veces, trepó por la planta y subió lo más alto que pudo, por encima de las nubes, hasta que llegó a una ciudad desconocida.

Juan bajo de la planta y comenzó a recorrer la ciudad. Había andado muy poco cuando vio un enorme castillo que pertenecía a un malvado gigante. En el castillo había una gallina que ponía huevos de oro cada vez que se le ordenaba. Entonces Juan pensó que con los huevos de aquella gallina él y su madre podrían tener el dinero que necesitaban para comprar la comida. Esperó a que el gigante se durmiera y, muy despacito, se llevó algunos huevos de la gallina. Salió corriendo del castillo, llegó hasta las ramas de las habichuelas y comenzó a bajar poco a poco. Ya en el suelo, salió corriendo hasta la cabaña y le contó a su madre lo que había sucedido. Su madre se puso muy contenta y así vivieron un tiempo hasta que el dinero por el que habían vendido los huevos de oro se terminó.

Cuento infantil: Juan y las habichuelas mágicas - Clker-Free-Vector-Images en Pixabay

Entonces Juan volvió a trepar por la planta hasta el castillo del gigante, pero esta vez, en vez de llevarse más huevos, decidió que era mejor tomar la gallina. Así que esperó a que el gigante se durmiera, tomó a la gallina, la metió dentro de una bolsa y salió disparado hacia su casa. Con los huevos que ponía la gallina su madre y Juan vivieron tranquilos por mucho tiempo, hasta que un día la gallina se murió.

En esta ocasión, Juan volvió a treparse por la planta y regresó al castillo. Se escondió tras una cortina y vio cómo el gigante contaba las monedas de oro que sacaba de una gran bolsa. Solo tuvo que esperar a que el gigante se durmiera y rápidamente recogió la bolsa con las monedas de oro y echó a correr hasta la planta, descendió y llegó a su casa.

Con las monedas de oro tuvieron dinero para vivir mucho tiempo. Sin embargo, las monedas también se acabaron y Juan tuvo que volver a escalar una vez más las ramas de la planta para ir al castillo del gigante en busca de un nuevo tesoro. En esta ocasión vio al gigante guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro.

En cuanto el gigante salió de la habitación, el niño tomó la cajita y la guardó. Desde su escondite, Juan vio que el gigante se tumbaba en un sofá, mientras escuchaba el sonido de un arpa cuyas cuerdas se tocaban solas. De sus cuerdas salía una preciosa música. Mientras el gigante escuchaba aquella melodía, comenzó a dormirse. Juan aprovechó la ocasión para coger el arpa y echar a correr. Sin embargo, lo que no sabía era que el arpa estaba encantada, así que cuando la tomó en sus manos, del arpa salió una voz:

– ¡Señor, despierte, que me roban!

El gigante se despertó sobresaltado y empezó a perseguir a Juan, que corría desesperado para llegar a la planta. Comenzó a descender rápidamente, pero al mirar hacia arriba vio que el gigante también descendía por ella. No tenía tiempo que perder. Así que mientras descendía, Juan le gritó a su madre que le llevara un hacha.

Su madre acudió con el hacha y Juan, de un certero golpe, cortó el tronco de la habichuela mágica. Juan y su madre vivieron felices con la cajita que, cada vez que se abría, dejaba caer una moneda de oro.



martes, 11 de marzo de 2025

La gallina de los huevos de oro.

 






La Gallina de los Huevos de Oro



Había en un corral una gallina que ponía huevos de oro.

 

Su dueño, que todas las mañanas los recogía y vendía a buen precio, díjose entonces:

 

—Si los huevos de la gallina son de oro, las entrañas, donde se forman, deben contener oro en abundancia.

 

Acto seguido, mató a la gallina creyendo hacerse rico en poco tiempo; pero al comprobar que las entrañas eran como las de todas las gallinas, comprendió que había cometido un irreparable error.

 

—¡Bien merecido tengo el chasco, pues feliz estaba con mi gallinita viva que me daba un huevo todos los días! —exclamó el ambicioso, presa de honda frustración.

 

Fabula La Gallina de los Huevos de Oro

 

MORALEJA

 

La codicia es mala consejera,

y hace tu fortuna pasajera.